La luz ha sido, desde el inicio de la humanidad, un elemento adorado e incomprendido. Las primeras religiones adoraban a elementos naturales como el fuego y los astros. Cuando el cristianismo se expandía por Europa iba trasladando el significado del fuego que conllevaba el mensaje cristiano: el fuego como representación del Espíritu Santo y representación de la deidad. La Biblia incorpora el mensaje “Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12), de este modo incorporaba el pensamiento socrático a la fe de Jesucristo. El mensaje cristiano se implementaba sin entorpecer la cultura local y el día a día.
El fuego en la noche de San Juan todo se vive como un acto religioso. En el solsticio de verano, la noche más corta del año, muchas personas aprovechan que el día en el que el Sol alcanza el cenit al mediodía sobre el trópico de Cáncer para preparar una noche con su propia liturgia. Los rituales de San Juan tienen su ritual desde la puesta de sol hasta el alba. Una noche donde el fuego purificador y renovador es el principal protagonista.
El fuego siempre tiene un carácter purificador, convierte elementos vivos en ceniza, abono para que la vida pueda renacer de nuevo con más fuerza. Es el mito del Ave Fénix explicado en todas las formas de la naturaleza. Sin embargo, esa purificación también se plantea como un hecho personal, eliminar con san Juan todo aquello con lo que queremos desprendernos, “quemar” malos propósitos y que así renazcan intenciones nuevas con las que afrontar una nueva etapa. Nos ayudamos de este fuego para afrontar nuestra vida de una forma más transcendente.